En 1923, hace un siglo, nacían dos de los más importantes escritores colombianos, y también moría uno de nuestros más brillantes poetas.

El 23 de abril, en Jericó (Antioquia), llegó al mundo Manuel Mejía Vallejo. Tenía veintidós años cuando escribió su primera novela: La tierra éramos nosotros. Escribió sobre todo novelas, pero también poesía y libros de cuentos. En 1989 ganó el Premio Rómulo Gallegos con La casa de las dos palmas

Álvaro Mutis nació en Bogotá el 25 de agosto. Tenía dos años cuando sus padres se lo llevaron a vivir a Bélgica y vivió allí hasta los nueve. Publicó más de veinte libros, entre volúmenes de prosa y poesía. En 1997 recibió el Premio Príncipe de Asturias y en 2001, el Cervantes.

El 7 de febrero murió en Usiacarí (Atlántico) el poeta Julio Flórez, quien había nacido cuarenta y cinco años atrás en Chiquinquirá (Boyacá). Su poesía –romántica y sensible- se encuentra recogida en diez colecciones

Álvaro Mutis

La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino y abre caminos a un placer insaciable que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra. ¡Oh, el infructuoso navegar alrededor de las islas donde las mujeres ofrecen al viajero la fresca balanza de sus senos y una extensión de terror en las caderas! La piel pálida y tersa del día cae como la cáscara de un fruto infame. La fiebre atrae el canto de los resumideros donde el agua atropella los desperdicios.

Álvaro Mutis recordaba lo difícil que había sido para él, entonces un niño de nueve años, dejar Europa tras la muerte de su padre (quien fungía como ministro consejero en la embajada en Bruselas) y volver a Colombia. Sin embargo, ese punto de quiebre fue capital en la construcción de la obra literaria que escribiría años después, no sólo por la importancia de Coello, ese pueblo tolimense de clima cálido al que llegarían él y su familia, sino por las imágenes del viaje –el mar, los barcos y los marineros- y la Europa dejada atrás.

Durante años alternó la escritura con el periodismo, la publicidad y las relaciones públicas. En México estuvo preso durante quince meses, temporada que fue radical en su obra. Siempre dijo que si no hubiera pasado por la cárcel, jamás habría escrito sobre las andanzas de Maqroll, el gaviero. Murió el 22 de septiembre de 2013.

Mutis no había cumplido aún veinticinco años cuando puso en librerías su primer libro de poemas, escrito al alimón con su amigo, Carlos Patiño. “El éxito de La balanza –decía el autor, refiriéndose a esa obra- no tiene precedentes en la literatura colombiana. El 8 de abril de 1948 repartimos la edición en las principales librerías del centro de Bogotá, y al día siguiente no quedó un solo libro. La edición se agotó en cuestión de horas… por incineración”. Casi cincuenta años después de ‘El Bogotazo’, se lanzó una edición numerada, con el mismo diseño y las ilustraciones de Hernando Tejada que tenía el original.

Fue en 1953, en el poemario Los elementos del desastre, donde Mutis nombró por primera vez al más famoso de sus personajes: Maqroll el Gaviero, quien después terminaría apareciendo en casi todas sus novelas, siendo quizás La nieve del almiranteIlona llega con la lluvia y Un bel morir las que mejor lo retratan. En esta última, Maqroll dice: “En el mar ha estado siempre mi salvación. Nunca me ha fallado. Siempre que intento algo tierra adentro me va mal”. ¿Qué tanto tiene Maqroll de Mutis? “Es inútil negar que tiene mucho de mí”, respondía el escritor, “pero cuanto más vive y cuantos más libros salen sobre él, más es Maqroll él mismo”.

“Por períodos que, primero, fueron los de vacaciones y luego se extendieron más y más, viví en una finca de café y caña de azúcar que había fundado mi abuelo materno. Se llama Coello y se encuentra en las estribaciones de la cordillera central. Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región del Tolima”.

-Mutis por Mutis, 2001.

Julio Flórez

¿Me quieres?… ¡Que tu acento me lo diga ante aquel sol que muere en el ocaso! Tú, que mitigas mi pesar… ¡mitiga esta fiebre voraz en que me abraso! Tembló su labio y balbució: ¡Lo juro! Sus tachonadas puertas entreabría la muda noche en la extensión vacía: y en mi espíritu lóbrego y oscuro… en aquel mismo instante amanecía!

Julio Flórez fue un romántico rebelde. Desde los diez años escribía poesía. Ya mayor, recorría de noche la ciudad, iba al cementerio y les declamaba poemas a los muertos. Fundó la Gruta Simbólica, esas reuniones de intelectuales en las que –en medio de los toques de queda de la Guerra de los Mil Días- se leían e improvisaban bellísimos poemas (muchos de ellos cargados de burla al gobierno), se hacía teatro, se cantaba, chismeaba y bebía. Su liberalismo –verdadero, mucho más allá de los partidos- lo obligó a salir del país en tiempos del poder conservador.

A su regreso, después de publicar buena parte de su obra en otros países, viajó a Usiacurí, en el Atlántico, en busca de aguas medicinales. Allí conoció a Petrona, una muchacha de catorce años. Decidió quedarse. Tuvieron cinco hijos. Poco antes de que muriera, el gobierno conservador de Pedro Nel Ospina lo coronó como poeta nacional. La casa de Usiacurí es hoy un museo. 

El filólogo Rufino José Cuervo quedó impresionado con la calidad poética de Fronda lírica, de Julio Flórez, quien le dedicó en París, donde se encontraban los dos, el 25 de junio de 1908, el ejemplar en exhibición. Casi un mes después, Cuervo le escribió una carta en la que le dice: “He de confesar que con los años he perdido algo el buen gusto de los versos; pero aseguro a usted que la lectura de Fronda Lírica ha renovado la fruición que me causaban en los mejores días de mi vida. Allí aparece usted como maestro consumado que domina la lengua, así para la cabal expresión de todos sus conceptos, como para lograr los efectos más delicados de la rítmica (…) Reciba usted las más infinitas felicitaciones de su amigo y admirador, RJ Cuervo”.

Veinte años después de que Flórez muriera, se publicó Oro y ébano. En el prólogo, refiriéndose al cambio estilístico que se percibe en esta obra, el poeta Rafael Maya escribe: “Flórez, en la época en que escribió estas composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo amable y pintoresco de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana había arruinado su salud y él acudió a ese geórgico retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiritual (…) Nunca en realidad había estado frente a sí mismo, si no era para decirnos su eterno monólogo sobre el amor desesperado”.

“Mis flores negras (o “A mis flores negras”) es uno de los poemas más conocidos, no sólo de Flórez sino de toda la literatura colombiana. Y así como no es raro que lo recitemos, es frecuente que entonemos su versión musicalizada en tono de pasillo o danza criolla. ¿Quién lo convirtió en canción? ¿Fue el ecuatoriano Carlos Amable Ortíz? ¿O fue el mismo Flórez, quien, aunque pocos lo supieran, no sólo era un poeta excepcional, sino un buen ejecutor de instrumentos como el piano y el violín? Tras las más recientes investigaciones históricas, las apuestas van por Flórez. Lo cierto es que esos tristes versos de amor son de lo más bello de nuestra literatura.

Manuel Mejía Vallejo

Ese aire de entrega que siempre te acompaña, amor: ese recoger los labios para besar el aire o un recuerdo; ese andar lento como si estuvieras desnuda o dormida al compás de un sueño blando; ese decir te quiero con la boca cerrada.

Manuel Mejía Vallejo escribió desde niño. Tenía trece años cuando dejó sorprendida a su mamá con unas cartas de inmensa belleza. Fue ella quien, años después, sin que su hijo lo supiera, le entregó a León de Greiff la primera novela de Mejía: La tierra éramos nosotros. El novelista apenas tenía veintidós cuando la escribió. De Greiff y sus amigos –conocidos como Los Panidas- quedaron impresionados con una obra que, desde el mismo título, es bella y novedosa. Poco tiempo después fue publicada.

Mejía escribió cuentos, novelas y poesías, y además ejerció durante años el periodismo. Decía que escribía porque, al ir describiendo los fenómenos, los entendía mejor.  

Si bien repetía que “en realidad nadie enseña a escribir, nadie enseña a vivir”, le gustaba dar clases. Durante años fue profesor de la Universidad Nacional y dirigió el taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Falleció el 23 de junio del 98.

En 1989, con La casa de las dos palmas, ganó uno de los premios más prestigiosos de la literatura latinoamericana: el Rómulo Gallegos. Un año después, la novela fue llevada a la televisión con gran éxito, convirtiéndose en un referente de la narrativa audiovisual costumbrista colombiana. Esta obra de Mejía cuenta los últimos años de un descendiente de colonizadore que reconstruye su historia, lo que significa también la reconstrucción de la historia de la familia Herreros y la del pueblo de Balandú. En La casa de las dos palmas se recorre un pedazo de la historia antioqueña: finales del siglo xix y comienzos del xx.

Algunos críticos han señalado que, en la década del sesenta, la obra de Mejía Vallejo se vio influenciada por las innovaciones técnicas del boom latinoamericano. Tal vez el mejor ejemplo de esto sea El día señalado, obra con la que se alzó con el premio Nadal en 1963. La investigadora Maritza Montaño la ha descrito así: “Es un cruce de relatos en el que convergen dos generaciones de habitantes del campo, enfrentadas a distintas manifestaciones de violencia y unidas por la tradición de la riña de gallos”. La novela está dividida en tres partes, precedidas por largos prólogos, que son cuentos escritos por Mejía años atrás.